Celebremos el día del maíz – Carlos A. Ventura* – Buena Prensa – 29-09-2025
En México, el debate sobre la soberanía alimentaria tiene un nombre propio: maíz. No se trata solo de un cultivo, sino de la raíz de nuestra identidad y el sostén de millones de familias campesinas. Sin embargo, este grano sagrado enfrenta una amenaza que viene de los tratados de libre comercio y de las corporaciones biotecnológicas que presionan para abrir la puerta al maíz genéticamente modificado.
Desde la firma del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) en 1994, México pasó de ser prácticamente autosuficiente en maíz a depender de importaciones masivas de Estados Unidos. Hoy, más de un tercio del maíz que consumimos es importado, y buena parte de él es genéticamente modificado. Esta dependencia no solo debilita a las y los campesinos nacionales, sino que pone en riesgo la biodiversidad de los maíces nativos, cultivados y resguardados durante milenios por comunidades indígenas y campesinas.
En este sentido, el papa Francisco, en Laudato Si’ (LS), advierte que “la tierra nos precede y nos ha sido dada” (LS 67) y denuncia que “la alianza entre la economía y la tecnología termina dejando fuera lo que no forma parte de sus intereses inmediatos” (LS 54). Es justamente lo que ocurre con el maíz: reducido a mercancía, despojado de su valor cultural y espiritual, sometido a la lógica de un mercado global que no reconoce la dignidad de quienes lo siembran.
La figura de Jesús de Nazaret también interpela esta situación. Él eligió el pan como signo central de su mensaje: compartir (ágape), no acumular. En sus gestos de multiplicar alimentos o sentarse a la mesa con las y los pobres, hay una enseñanza radical: la comida es don de Dios, no negocio de unos pocos. “Denles ustedes de comer” (Mc 6,37), dijo a sus discípulos frente a una multitud hambrienta. Esa invitación sigue siendo actual para un país que importa toneladas de maíz mientras sus campesinos abandonan el campo por falta de apoyo y obligados a migrar en condiciones deplorables.
México vive hoy una tensión histórica. Por un lado, organizaciones sociales, comunidades campesinas, así como activistas e investigadores que defienden el maíz nativo como patrimonio cultural y espiritual. Por otro, las presiones legales y diplomáticas de quienes consideran que prohibir el maíz genéticamente modificado “viola” los compromisos del libre comercio. Pero la pregunta de fondo no es jurídica ni técnica: ¿Qué vale más, el derecho de un pueblo a decidir lo que siembra y come, o las ganancias de unas cuantas empresas?
Laudato Si’ recuerda que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos” (LS 48). Cuando se arrasa el sistema milpa y se desplaza forzosamente a comunidades enteras, no solo se pierde biodiversidad, también se rompe el tejido social, se erosiona la cultura y se condena a la pobreza a quienes históricamente han sido guardianes de la tierra.
Defender la soberanía alimentaria en México no es nostalgia ni romanticismo: es garantizar que las futuras generaciones puedan seguir sembrando maíz nativo, cuidando su biodiversidad y sosteniendo a las comunidades rurales. Y para las personas creyentes, es también un acto de fidelidad evangélica: ponerse del lado de los pobres, como lo hizo Jesús, y escuchar el llamado de Laudato Si’ a cuidar la casa común frente al poder de los mercados.
Hoy, el gobierno mexicano debe actuar con firmeza para que las políticas públicas, los tratados comerciales y la legislación protejan al maíz nativo y a los pueblos y comunidades indígenas y campesinas que lo cultivan. No se trata de resistir al comercio internacional, sino de poner límites claros cuando éste amenaza la vida y la soberanía del país. Y la sociedad civil, desde las organizaciones campesinas hasta los consumidores urbanos, debemos seguir asumiendo nuestra parte: por ejemplo, defender la milpa, consumir local, educar en la importancia de las semillas nativas y exigir coherencia y respeto y garantía de los derechos a quienes toman decisiones.
El papa Francisco lo dice con claridad: “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (LS 21). México no puede permitir que su mayor tesoro, el maíz, corra la misma suerte. El grito “¡Sin maíz no hay país!” no es solo consigna política es un recordatorio ético y espiritual. En la defensa del maíz y la milpa se juega la soberanía de México, la dignidad de los pueblos y comunidades indígenas y campesinas, y un proyecto de país y una política de Estado que no puede entregar su pan de cada día a los intereses de unos pocos.
*Defensor de Derechos Humanos. Actualmente trabaja con colectivos de familiares de personas desarecidas en México, Estados Unidos y Centroamérica. Es colaborador en Servicios y Asesoría para la Paz (SERAPAZ). También es integrante de la Demanda Colectiva contra el Maíz Transgénicos y de la Campaña Sin Maíz No Hay País; hace parte de la Asamblea Consultiva del Centro de Estudios Sociales Antonio de Montesinos.